Crecer duele, no sólo cuando el que crece es uno sino cuando ve cómo crecen sus sobrinas.
A veces el dolor se produce porque te crece más rápido lo de adentro que lo de afuera y la piel se estría y los cartílagos se rozan entre sí.
Otras, el dolor es en el alma, cuando uno percibe que ha crecido más rápido como hijo que los que te están criando como padres, pero aun así, te falta un buen rato para dejar el nido.
A veces cuando uno es adolescente todo es el fin del mundo. Elegir carrera, irse a Bariloche y que te guste otro chico que no es tu novio.
Que el chico que sí es tu novio ya no esté en el secundario y se codée con mujeres sin jerarquía -o sea, que las compañera sean hembras y no cachorritas-.
Que el look de este verano no sea de conveniencia, que no te dejen irte de vacaciones con tus amigas, que del grupo que viene desde el jardín ya sólo queden tres o cuatro y vaya en notoria vía de extinción.
Que te lleves materias a marzo por primera vez.
Que tu hermanita menor te dé entre vergüenza y demasiados celos.
Que tu mamá no te apoye y tu papá no te entienda.
Que tus tías oscilen entre creerse que son tu vieja y la indiferencia absoluta.
Que las reuniones en lo de tus abuelo ya no sean de tu agrado y tus padres no lo vean.
Que dormir con un osito sea un bochorno si no es uno que te haya regalado un chonguito con onda.
Que tus hormonas te juegen malas pasadas y estés eufórica ahora y llorando mares, en el mismo momento.
Que los adultos resulvan todo con la estúpida generalización de que "eso" te pasa porque sos adolescente, entonces lo volvés a pensar y sí. Todo es el fin del mundo, porque además si así no lo fuera, serías una malagradecida, descarriada y hasta cínica, y lo único que estás intentando hacer, es no hacer de todo el Apocalipsis.
Nadie te entiende, nadie te quiere y además sos fea. Cualquier payasada ajena es para vos un hitazo, pero terminar el ciclo lectivo sin materias abajo es tu obligación de hija.
Como muchas otras cosas en la vida, no odié la adolescencia simplemente porque intenté evadirla con bastante buen resultado. Entendí a temprana edad, que sobre todo en este país, si sos moroso hoy, tendrás muchas facilidades de pago mañana. Así fue que, me hice un plan en cómodas y pequeñas cuotas de adolescencia que a la fecha sigo pagando digamos, trimestralmente, sin esfuerzo ni desaveniencias.
Sin embargo, doy fe de que todo lo que quise entre los 15 y los 17, era que llegaran los 18. Ir a la facu, trabajar, tener mi plata, salir con diferentes grupos de gente, despegar de mi casa... y esos escasos 24 meses, que hoy se te pasan en un santiamén, parecieron eternos.
Por esto es que, cada vez que la veo a Lau en el ojo de este torbellino llamado ADOLESCENCIA, siento que le pasa lo mismo que a mí. Demasiadas neuronas, demasiada madurez y muchísima ansiedad como para sobrellevar con calma esta etapa tan ineludible como a veces, innecesaria en algunas de sus facetas. Pero al mismo timepo, pienso... no tiene ni idea de que lo que viene, es todavía más duro, cruel y real, en muchos de los casos.
Cada vez que llora sin razón aparente, o con ella pero hasta el ahogo, se me representa con dos colitas y sus dientes todavía en serruchito, aunque al abrazarla me sobre chica por todos lados de lo enorme que está.
Cuando mi lado "tía idiota", le habla o pregunta cosas como si tuviera 6 y ella responde como si tuviera 30, me dan ganas de colgar el delantal y dedicarme a cualquier otra cosa menos a ser Tía Nata.
Pero por sobre todas las cosas, cada vez que pienso que "...Nada ni nadie puede impedir que sufran, que las agujas avancen en el reloj, que decidan por ellos, que se equivoquen, que crezcan y que un día nos digan adiós..." me cuestiono si además de tener la pasta para ser Tía Nata, algún día tendré la sartén por el mango como para ser simplemente... mami.