Debilidades
Siempre he tenido debilidad por los morocho callejeros.
Esos tipos que al margen de ser estéticamente lindos, esos lindos sin miramientos digo, tienen en su rostro una cierta expresión de saberla lunga.
Esos tipo cualunques, pero con ángel (y también una cuota de demonio).
Esos de los que hay a patadas. Morochos, castaños o como les quiera decir Pau. De piel blanca aunque bronceada o bien negritos (como yo). De ojos marrones y mucha pestaña. De mirada punzo cortante pero dulce. De bocas importantes y mentones marcados.
Esos tipos que están más cerca del galancete del barrio que de la tapa de las revistas del corazón o la farándula.
Me pueden, me fascinan, me seducen, me mal llevan, me comen la cabeza y me hacen mariposas en la panza.
Si se me ofenden, los persigo para desahacer el maleficio. Si tienen hambre les hago una bacanal. Si tienen sueño los acuno. Si tienen mujer no los jodo.
Los morochos son mi debilidad.
Ahora bien, tengo haciéndome guardia a un rubio divino y atlético. Con cara de hombre no de muñequito de Martell Co. Se contenta con un poco de comida, una precaria cama, algo de cuidado y apenas de charla. Se deja correr por el callejero que me afloja las rodillas, pero sólo lo suficiente como para seguir viéndome desde donde queda parapetado.
Mientras el galancete de barrio duerme cucharita conmigo, el espera que se haga de día para que le abra la puerta y le diga que a él también lo quiero pero que mientras que esté el titular de mis emociones, sólo le puedo dar eso, que no es poco (y repito que no es poco con mucho énfasis).
El espera. Paciente, refinado, aplomado y guapo, muy guapo y muy viril. Es un rubio de esos que hacen suspirar a la nenas que se quieren casar, mientras yo me apasiono por un caza ratones que se da el lujo de mostrarme la espalda si se siente mínimamente desplazado.
Y sí los morochos comunardos y vagos, son mi debilidad. Pero los rubios refinados, correctos, prolijos y pacientes: SON MI FUERTE!
Esos tipos que al margen de ser estéticamente lindos, esos lindos sin miramientos digo, tienen en su rostro una cierta expresión de saberla lunga.
Esos tipo cualunques, pero con ángel (y también una cuota de demonio).
Esos de los que hay a patadas. Morochos, castaños o como les quiera decir Pau. De piel blanca aunque bronceada o bien negritos (como yo). De ojos marrones y mucha pestaña. De mirada punzo cortante pero dulce. De bocas importantes y mentones marcados.
Esos tipos que están más cerca del galancete del barrio que de la tapa de las revistas del corazón o la farándula.
Me pueden, me fascinan, me seducen, me mal llevan, me comen la cabeza y me hacen mariposas en la panza.
Si se me ofenden, los persigo para desahacer el maleficio. Si tienen hambre les hago una bacanal. Si tienen sueño los acuno. Si tienen mujer no los jodo.
Los morochos son mi debilidad.
Ahora bien, tengo haciéndome guardia a un rubio divino y atlético. Con cara de hombre no de muñequito de Martell Co. Se contenta con un poco de comida, una precaria cama, algo de cuidado y apenas de charla. Se deja correr por el callejero que me afloja las rodillas, pero sólo lo suficiente como para seguir viéndome desde donde queda parapetado.
Mientras el galancete de barrio duerme cucharita conmigo, el espera que se haga de día para que le abra la puerta y le diga que a él también lo quiero pero que mientras que esté el titular de mis emociones, sólo le puedo dar eso, que no es poco (y repito que no es poco con mucho énfasis).
El espera. Paciente, refinado, aplomado y guapo, muy guapo y muy viril. Es un rubio de esos que hacen suspirar a la nenas que se quieren casar, mientras yo me apasiono por un caza ratones que se da el lujo de mostrarme la espalda si se siente mínimamente desplazado.
El morocho es Renato, mi gato titular. El rubio es Miguel, mi gato interino de cama afuera.
Y sí los morochos comunardos y vagos, son mi debilidad. Pero los rubios refinados, correctos, prolijos y pacientes: SON MI FUERTE!
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