Monday, June 26, 2006

Tomate

Este delicioso y refrescante furto, tiene una historia particular en la alimentación mundial y en las creencias populares.
Su nombre deriva de la palabra tomatl del nahuatl, idioma de los antiguos mexicanos. Datos históricos indican que fue traído por Hernán Cortés en 1523, poco después de la conquista de México. Allí y en Perú es símbolo de buen augurio y no puede faltar en ningún banquete nupcial.
El tomate entró en Europa por Galicia aunque su extensión se produjo en Italia, a través de las cocinas de Nápoles y Génova, así como de la francesa de Niza. Los italianos lo llamaron poma d’oro y los franceses, pomme d’amour. Sin embargo, y por su parecido a los frutos tóxicos de la belladona, el tomate tardó mucho tiempo en imponerse en la cocina.
Queda demostrado una vez más que Cortés metió el gen europeo en América, dada su descendencia con Doña Marina - la Malinche le decían en el barrio - y nos llevó el gen americano a Europa, dada su exportación del tomate. Entonces, así como se considera a la Malinche (amante y traductora al servicio no ya de la Corona, sino de Cortés mismo) la madre del mestizaje mexicano-español, el tomate bien podría ser considerado el padre de la cocina fusión, tan de moda por estos días.
Este rojo, redondo y brillante fruto es pasible de ser utilizado en las más variadas recetas: salsas, ensaladas frescas, dulces, confituras, delicatessen. Este hijo de la tierra, supo cargar sobre sus espaldas injurias y elogios, sin dejar de ponerse colorado.
De amor y veneno, sería un buen título para la biografía no autorizada de Tomate. Hoy te refresca, mañana te mata de acidez. Estando verde para comerlo crudo lo fritamos sin reparos, y si pasado para comerlo en salsa, lo hacemos dulce. Arrogante y delicado despierta las más naturales pasiones y las más bestiales alergias. Nos cura del sol sobre la piel y no mata del colon irritable si no estamos atento.
Sorpresivo más que traicionero diría yo, Tomate es también mi amigo del alma. Mi primo por elección. Mi visión masculina de los hechos. Mi cachetada de realidad cuando estoy más voladora. Mi inyección de esperanza cuando todo parece vano. Mi ingeniero aeronáutico y mi alquimista de cervezas. Profesor diestro en ciencias exactas y escritor siniestro de fés dudosas.
Tomate es el tipo que me hizo la mudanza a la independencia y me acompañó al disfrute de la soledad compartida. Con él inauguramos mi nueva vida de (re)soltera, con una ruana haciéndolas de cortina, porque el frío de la cocina, helaba hasta al vino tinto.
Con él, entrados en copas, salimos de bares. Con él hay que ser muy cosntante, no sólo echar la semilla en el surco, porque prender prende seguro, pero sino le hacemos el apuntalamiento correcto y lo cuidamos de los excesos de sol y de agua, de los pájaros y las orugas, perdermos la cosecha hasta el verano siguiente. Con él hay saber que si lo queremos turgente, nos tenemos que bancar el riesgo de la indigestión. Y si lo queremos tierno, hay que pasarlo por agua hirviendo y meterle una cucharada de miel en la cocción.
Tomate es una manzana de amor o de tierra. Una fruta de buena suerte o peligro de envenemiento.
Sin él, mi vida habría sido tan aburrida y poco emocionante, como la cocina europea sin los frutos americanos y la cocina americana sin los chefs europeos.

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