Friday, June 23, 2006

Corazón de alcaucil

Mi abuelo me dio siempre todos los gustos (hasta el de no permitirme verlo morir). La Coca Cola, el jamón crudo, los John Player Special, las batatas fritas, el salamín picado grueso, el licor de cacao, los pickles de coliflor, los calamares y por último pero no por eso menos importante:
LOS CORAZONES DE ALCAUCIL.
Tal vez por estas cuestiones de la identificación sea periodista. Digo, alcaucil o alcachofa se le dice a la gente que cuenta cosas, a veces más allá de las que debería contar incluso, y qué es lo que hace un periodista sino eso, no?
El alcaucil es una flor extraña, bizarra, de una belleza particular, imponente, que no se cuece al primer hervor y más difícil de pelar que el chancho. Debe uno trabajar mucho para conseguir un resultado con ella. Asimismo, el resultado será delicioso aunque punzante. Amargo si se quiere, pero se endulza al primer sorbo de agua (siempre recomiendo tener agua a mano cuando se comen alcauciles).
Deja su impronta donde quiera. En el agua de la olla, que quedará teñida. El los dedos del comensal, que quedarán con su perfume por mucho que se los lave. En el aciete de su conserva que permanecerá saborizado. Y hasta en el cesto de residuos en el que quedarán esas hojas por las que había que pasar antes de poder empezar a comer el resto.
Habrá quienes me digan, que también se los puede cortar al medio antes de empezar a cocerlos, simplificando así mucho todos los procesos. No los rebatiré pero, a mí gusto se estarán perdiendo del encanto, del misticismo, de lo romántico. Del jugar al "me quiere mucho, poquito, nada..:" con la comida (aunque con la comida no se juegue, lo cual considero una mentira horrible, con la comida no se jode, pero jugar con ella encierra, es cnocerla mejor sin sufrirla y aprehenderla sin restarle libertades).
Los alcauciles pueden parecer cardos si se los deja en la planta hasta que la flor estalla, y llegado a ese punto, son irascibles. Dignos de ser vistos, pero imposible de acercarse a ellos. Un ratito antes son como flores de loto, sobre todo si se los ha tratado como corresponde y se les ha asignado un bello plato donde posarlos, paciencia y cariño para abrir sus hojas sin que se rompieran, para acabar por dejar expuesto su interior para el deleite de todos los sentidos y hasta el alma.
Los alcauciles no son para cualquiera. Requieren de mucho tiempo de preparación, de predisfrute para el común de los mortales, de cuidado, de reconocimiento de su punto justo, de su tiempo justo, de su trato justo. Un exterior fibroso, casi férreo, por el cual hay que atrvesar, hoja por hoja, para llegar a un interior rico y tierno, de sabor inconfundible y de duración dudosa pero intensa, casi sanadora.
Los alcauciles no son para cualquiera y yo, yo tengo corazón de alcaucil.

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