Tuesday, June 20, 2006

Qué lindo que es estar en Mar del Plata...

con poca plata, con mucha plata... pero estar.
Hacía mucho que no visitaba al mar, mucho, tres años tal vez. Pero más hacía aun, que no iba a La Feliz. Este fin de semana, en ocasión de que era largo aunque lo hiciéramos tradicional, Pau y yo zarpamos, sonrisa puesta y abrigo en mano, a la ciudad de los lobos marinos, el casino, el puerto, la peatonal, los gitanos, los recuerdos de caracoles, las fritatas de mar y el recuerdo del verano en la niñez.
Todo fue bastante diferente a mis visitas anteriores. No hubo competencia preestablecida de probar quién veía el mar primero (aunque como siempre, la primera que lo vio fui yo).
No hubo raudos descensos en vehículos motorizados por Colón hasta la costanera, al grito de UIIIIIIIIIIIIIIIIII!
No hubo visita a las barcazas naranjas de los pescadores. Tampoco compras en la feria artesanal de frente a la catedral, ni charlas con mi mejilla en una panza con los ojos achinados para evadir el sol y la arena. No hubo visita a mi primo Miguelito, ni asados en la casa de los amigos, ni alfajores Havanna o Balcarce.
No cené en el Viejo Pop, no fui a bailar a Constitución, ni me llené de ofertas de sweaters de tejedurías locales.
Todo fue, sin embargo, muy reconfortante. Nunca había ido a MDQ sola con una amigaza. Nunca había ido sin motorizar. Nunca había ido a un hotel tan cerquita de la playa. Nunca había roto casi todos mis rituales marplatenses (hasta el más sencillo de cumplir, que era agradecerle al cartel de Celusal por hacer que el mar siga salado... ahora el cartel es de Quilmes, pero el mar no sabe a cerveza - sépanlo, lo probé, sigue sabiendo a sal y gestito de idea-.
Salimos del hotel con Pau rumbo a la playa y allí estaba, en una vidriera de usados, la tapa del disco de Petete. También dijeron presente Julieta Magaña, Gachi con el Topo Gigio, Piluso. Hasta Madonna en vinilo con la cara en tamaño real desde su verdadera tristeza, Mick Jagger forzando una especie de hule traslúcido que permite adivinar su rostro, Sandro en Muchacho.
Fue instantáneo, siete años de veraneos consecutivos de temporada completa me volvieron al cuerpo, como quien se recupera de un desmayo, un susto o una amnesia de más de dos décadas.
Me acordaba de muchas cosas de la Feliz, pero no me había acordado de lo feliz que me había hecho, en tiempos en que el auto era de papá y le quemaba la cabeza con la canción de Pipo Pescador. Tiempos de lonas con motivos marineros y sombrillas que pesaban toneladas y de todos maneras, allá Camet igual se volaban.
Almuerzos de sanguchitos llenos de mayonesa y arena y de posrte un "Lloren chicos lloren" (tal vez sea culpa del barquillero que me guste la rula, ahora que lo pienso).
La pérdida de la virginidad de mis lóbulos con abridores de oro. Bicicleteadas inacabables con los gitanitos de enfrente. Circo Rodas, circo con los Parchís (en serio, bailé con Tino en el escenario y todo). Teatro con mi abuela. Shopping con mis hermanas. Pesca con papá.
Perderme en Los Gallegos por no quedarme quieta y casi matar a mamá del susto. La laguna de Mar Chiquita en bote con mis primos. Molestar a mi cuñado diciéndole papá el verano que mis viejos volvieron a terminar de separarse y me dejaron con las chicas y con él. Alguna misa con la señora de la esquina. Jugar a la vendedora en el almacén de Mary. Comprobar que los buenos observadores podemos aprender mucho y hacer dos cuadras en el R4, porque me habían dejado esperando arriba con el coche en marcha.
Ver las películas más tristes del mundo en el cine que montaban en la iglesia que está por Rivadavia y Luro (Bambi, Mi planta de naranja lima, ET y creo que alguna de García Ferré igual de desgarradora). Comer mariscos hasta que me salieran tentáculos. Que todos los días fueran sábado, desde el 02/01 hasta el sábado anterior al comienzo de las clases. Portar gomeras, patines y rodillas raspadas de tanto jugar.
Fotos de sonrisa apretada para que no se vieran las ventanitas. La cabeza siempre despeinada, el cuerpo siempre moreno. El corazón rebozante de alegría el día entero, la piel con sal, la casa llena de arena, los bolsillos vacíos y el alma llena. Y como dice el Nano, y para volver a darle la razón: creo que entonces... era feliz!


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